De allí en adelante todos los pelotones filipinos portaron esos cuchillos y practicaron su propio arte en entrenamiento básico. Los filipinos fueron frecuentemente empleados para la lucha de guerrilla en las islas. En patrullas maniobraban a través de los matorrales en formación triángulo, con sus mejores hombres caminando al frente. El hombre que hacía punta se enfrentaba primero al enemigo, lo inutilizaba (ya fuera uno o más de uno) y seguía caminando, dejando que el hombre que estaba en la retaguardia concluyera la tarea.
Durante la guerra y después de ella, los más aventureros esgrimistas y practicantes de Kali abandonaron sus hogares y emigraron a Hawai y California. Solos en una tierra extraña trataron de agruparse y pronto se convirtieron en la principal fuente de labriegos. En Hawai fabricaron machetes para cortar la caña de azúcar y en California manejaron herramientas de mango largo, con hojas cuadradas, para cortar espárragos. Cosechando papas y limpiando los campos de malezas, los guerreros filipinos se sometieron a las labores domésticas.
Incluso los hijos conocían poco las artes de sus padres. El ruido de los palos o el tintineo del acero, antes del amanecer o muy tarde en la noche, eran una invitación para los ojos curiosos de los jovencitos; no obstante ellos siempre se mantenían alejados. Las nuevas generaciones tenían que vivir pacificamente. Sin embargo los mayores no podían olvidar las artes que los habían ayudado a sobrevivir.